Modelo de transformación y desarrollo de culturas inclusivas

 Los sistemas escolares son hoy más diversos que nunca. La amplia cobertura de la escolarización ha dejado de manifiesto pluralidades étnicas, culturales, religiosas, sexuales y/o físicas dentro de las escuelas, las cuales se encuentran potencialmente más vulnerables a sufrir situaciones de discriminación y segregación. En ese sentido, es un desafío ético y social dar respuesta a la diversidad no solo en la escuela, sino en la sociedad en su conjunto. En este desafío, la educación inclusiva asoma como la opción más auténtica para minimizar barreras y reducir la exclusión del sistema educativo. Desde esta perspectiva, la inclusión educativa se entiende como el proceso que asegura el acceso, la participación y el aprendizaje de todos los estudiantes vulnerables a ser sujetos de exclusión, no solo aquellos con discapacidad o categorizados con necesidades educativas especiales (Unesco, 2017)





A nivel internacional, durante las últimas décadas han sido variadas las iniciativas que se han llevado a cabo para transformar las escuelas, especialmente aquellas ubicadas en contextos en riesgo de exclusión. Nos referimos a las diferentes modalidades de integración escolar fundadas en los años 80 y 90 y a las actuales perspectivas de inclusión educativa. Los primeros hitos nacen con la conocida Declaración de Salamanca (1994), firmada por 300 participantes en representación de 92 países y 25 organizaciones internacionales, que afirma que las escuelas con orientación inclusiva representan el medio más eficaz para combatir las desigualdades (Unesco, 1994). A esta iniciativa le siguen otras, como el Index for Inclusion (2000), el movimiento Improving Quality Education for All (2003), la Agencia Europea para el Desarrollo de la Educación Especial (1996), así como el respaldo de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), entre otros.





Ahora bien, educación inclusiva y escuela inclusiva no son sinónimos (Valcarce, 2011). Aquel es un concepto más amplio que va más allá de la educación formal o de las instituciones escolares, mientras que escuela inclusiva remite al espacio formal donde se prescribe la oferta educativa a la diversidad, aspirando a la plena escolarización: acceso, permanencia, promoción, participación y aprendizaje (Unesco, 2017). Esta investigación se desarrolla en el marco de las escuelas inclusivas. La literatura ha identificado algunas de sus características claves 

a) conciben la diversidad con base en un modelo social, es decir, sostienen que las diferencias individuales dependen de la interacción entre factores intrínsecos y extrínsecos.

b) diseñan e implementan estrategias de enseñanza-aprendizaje adaptadas y diversificadas.

c) cuentan con un liderazgo escolar que combina participación, colaboración, colegialidad y coordinación y poseen un proyecto educativo que hace suyo el discurso de la valoración de la diversidad.

d) mantienen una fuerte relación entre la escuela y su entorno.

e) cuentan con aulas inclusivas que parten de la filosofía de que todos los estudiantes pertenecen al grupo y que todos pueden aprender en la escuela regular.

f) se reconocen prácticas propias de una convivencia escolar inclusiva y una cultura escolar que celebra la diversidad como eje nuclear para el conjunto de prácticas de la institución. El foco del presente estudio es este último aspecto: la relación entre convivencia escolar, cultura escolar y escuela inclusiva.

Convivencia escolar y cultura escolar inclusiva: aportes para una escuela inclusiva

Desarrollar escuelas inclusivas no es tarea fácil: los obstáculos son múltiples y no solo están presentes dentro de la escuela, sino también fuera de ella, como los que imponen las políticas educativas, la formación del profesorado, los recursos disponibles, entre otros. En cuanto a las barreras existentes dentro de las instituciones, autores como Booth y Ainscow (2000), Sekkel, Zabelatto y Brandao (2010), López (2012) y Agell, Sala y Torrent (2014) concuerdan en la presencia de tres dimensiones, aunque con distintos nombres, para agrupar las barreras. Estas dimensiones se sitúan en los planos: 

1) de la cultura escolar, incluyendo los valores de la comunidad, sus creencias y actitudes.

2) de los procesos de liderazgo, coordinación y funcionamiento del centro.

3) de las prácticas de aula.

Si bien el plano de la cultura escolar ocupó bastante atención en los años 90, luego su atención fue decayendo (Booth y Ainscow, 2000). Autores como Dorczak (2013), Tirado y Conde (2015), Ashikali y Groeneveld (2015), Booth y Ainscow (2015) y Moliner, Sales y Escobedo (2016) exponen argumentos a favor del estudio de las culturas inclusivas. En primer lugar, la cultura inclusiva es un elemento de identificación y comprensión de la inclusión: se puede reconocer una escuela inclusiva por la cultura que esta tenga. En segundo lugar, la cultura emerge como motor de partida en el desarrollo de una escuela inclusiva: no se puede pensar la transformación de una institución sin considerar la modificabilidad del ámbito cultural. En tercer lugar, y según el Index for Inclusion en todas sus ediciones (Booth y Ainscow, 2000, 2002, 2004, 2006, 2011, 2015), la cultura inclusiva es una de las tres dimensiones claves para el cambio escolar, junto a las políticas y las prácticas. Por último, según Rodríguez y Ossa (2014), la cultura inclusiva ejerce una influencia de éxito o fracaso en una escuela que busca atender a la diversidad.




Una cultura escolar inclusiva, según Ainscow y Booth (2015), se relaciona con la creación de una comunidad escolar segura, acogedora, colaboradora y estimulante, en la que cada cual es valorado, base fundamental para que todo estudiante tenga mayores logros. Se refiere, asimismo, al desarrollo de valores inclusivos, compartidos por todo el personal de la escuela, los estudiantes, los miembros del consejo escolar y las familias, que se transmiten a todos los nuevos miembros de la comunidad escolar.

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